Solidaridad y resiliencia, claves tras el COVID-19

La Directora Ejecutiva de Ascoop hace un análisis sobre la crisis económica y social derivada del COVID-19 y el papel del modelo solidario y de las empresas cooperativas en su resolución. La resiliencia o adaptabilidad y la ética solidaria serán fundamentales para abordar las situaciones inciertas, volátiles, complejas y ambiguas de la crisis y la postcrisis.
Solidaridad y resiliencia, claves tras el COVID-19

Por María Eugenia Pérez Zea
Directora Ejecutiva de ASCOOP

“Cada persona es persona a través de otras personas”
Proverbio de Sudáfrica[1]

Ante la incertidumbre en que se debate el mundo, tanto en el plano de la salud como en su desempeño económico, cabe reflexionar sobre la pertinencia de las características del modelo cooperativo, expresadas en la aplicación de los valores y principios en que se fundamenta, y sus contribuciones positivas a las comunidades para resistir y salir adelante en los momentos de crisis sociales y económicas, como lo muestran incontables experiencias.

Es antigua la bondad de ejercer la solidaridad, no tanto como un concepto de asistencialismo o caridad, sino la posibilidad de trabajar conjuntamente y apoyados en el esfuerzo mutuo, sin egoísmos, con capacidad de entrega en la solución de necesidades en una abierta contraposición al individualismo. Por su parte, la resiliencia o adaptabilidad es una cualidad que permite abordar situaciones inciertas (no se tiene certeza ni seguridad sobre nada), volátiles (todo cambia a un ritmo cada vez más rápido), complejas (abundancia de información en diferentes sentidos, lo que dificulta la toma de decesiones) y ambiguas (no hay verdades absolutas ni incuestionables sobre nada).

En la reciente crisis financiera mundial del 2008 (doce años es reciente), las cooperativas supieron afrontar exitosamente las consecuencias gracias a la características de su modelo de operación, entre las cuales se destacan el que las personas son la prioridad de su acción (y no el afán lucrativo de la inversión), la participación democrática en las decisiones y el interés por la comunidad, así como su propósito social y ambiental. Recuérdese como se manejó esta crisis en las cooperativas de ahorro y crédito en varios países europeos y las relaciones laborales y de producción en el grupo Mondragón, entre otras experiencias.

Hace apenas dos meses se hacían pronósticos que conducían a que el año 2020 se produciría la reactivación económica en todo el mundo y más en nuestro país, con supuestos optimistas para hacer los presupuestos. Sin embargo, volvió a hacerse presente la teoría del “cisne negro” encarnado en el COVID-19. Es un desafío colosal para todos los líderes mundiales sin distinción de ideologías y sistemas económicos y del cual los dirigentes cooperativos no están exentos.

Las principales cifras de las empresas cooperativas mostraron al cierre del 2019 unos resultados halagadores que evidencian una mayor participación en varios sectores económicos claves del desarrollo del país, aunque no en todas las actividades económicas como sería deseable. Es de destacar, por ejemplo, el crecimiento de cooperativas en el sector lácteo y en la comercialización de medicamentos, todo ello en beneficio de pequeños y medianos agricultores y empresarios. Pero, además, es notable el crecimiento real que han mostrados las entidades en la actividad financiera (ahorro y crédito), las cuales han tenido un aumento en sus principales variables (depósitos de ahorro y cartera de préstamos), apoyadas en una creciente participación de cerca de 7 millones de colombianos asociados a estas entidades, con un capital social que bordea los 15 billones de pesos al finalizar 2019. Sin duda son cifras relevantes y que muestran la pertinencia y eficacia del modelo cooperativo.

En los procesos de planeación se tenían previstos ciertos escenarios volátiles en el comportamiento de las variables económicas y sociales de la mayoría de países desarrollados y que incidirían en la economía de nuestro país y por lo cual, ante esos escenarios, se recomendaba asumir una posición prudente en las proyecciones. Pero la aparición del COVID–19 fue el detonante de una situación de crisis que se venía venir (por los impactos ambientales del desmesurado crecimiento) y la cual, con ánimo optimista, no se quería ver. Este nuevo e incierto escenario originado en un problema sanitario pero aupado por la secuela económica y social mundial cuya solución no da espera, nos obliga, a todos los ciudadanos del mundo, y a nosotros como cooperativistas, a adoptar un liderazgo consciente y comprometido con los valores superiores de la humanidad, que coincide con el propósito universal del modelo cooperativo.

Antes de proponer unas ideas de acción, considero prudente tomar unas notas de la presidenta del Consejo Privado de Competitividad, en un artículo publicado en Portafolio[2].  Dice en algunos de los apartes: “(…) Pero, yendo un poco más allá, este difícil momento debería servirnos también para reflexionar respecto a un tema más estructural: el de la movilidad social y la igualdad de oportunidades (…)”. Y luego cita una de las conclusiones del Informe “Índice Global de Movilidad social”, publicado por el Foro Económico Mundial. “(…) De hecho, uno de los hallazgos más alarmantes del informe es que si bien se han hecho grandes avances en términos de reducción de la pobreza y mejoramiento en el acceso de servicios básicos como la salud y la educación, la gran mayoría de países no están implementando políticas que faciliten la movilidad social y económica, lo que implica que las oportunidades con las que cuentan los individuos siguen dependiendo de sus condiciones socioeconómicas al nacer. (…)” (resaltado propio). Y concluye: “(…) La crisis del coronavirus pasará, pero el trabajar por una sociedad más equitativa basada en la igualdad de oportunidades seguirá vigente (…)” (resaltado propio).


Una perspectiva, sin alarmismos, para tener en cuenta

Tratando de sintetizar todos los análisis prospectivos que se han venido haciendo, así como los anuncios de los gobernantes de países desarrollados y las estadísticas del impacto del COVID-19 en la economía, estamos ante un panorama en el cual el crecimiento se desacelera (hablan, incluso de recesión), con lo cual se merma la compra de materias primas, se aumenta de manera radical la tasa de cambio, con lo que se encarecen insumos y productos importados (sufren los países con balanza comercial deficitaria y un alto endeudamiento en moneda extranjera). Además, los ingresos fiscales se verán menguados (menores ingresos por impuestos, precios del petróleo y aumento en pesos del servicio de la deuda) que impiden ejecutar programas generadores de empleo y ayudas sociales.

Este descenso en la producción y en sectores como comercio, turismo y restaurantes, además del transporte (por las medidas tomadas: cuarentena, teletrabajo), generan un aumento en las tasas de desempleo y la precarización de los ingresos en la economía informal. En conclusión, se afectan los ingresos familiares con lo cual se tenderá a priorizar gastos en función de la canasta familiar, la salud y los servicios públicos.

Es oportuno anotar, para ver y analizar el bosque, que gran parte de las entidades cooperativas y afines de la economía solidaria (las que ejercen la actividad financiera, las cooperativas de aporte y crédito, los fondos de empleados y asociaciones mutuales), han tenido un crecimiento importante en sus activos, especialmente en la cartera de préstamos. Igual comportamiento, tuvieron los establecimientos de crédito llegando a una cartera bruta total de $501.6 billones, con un aumento del 9.4% (aumento real del 5.4%) y la cartera de consumo a $135.8 billones con un aumento de 15.8%!!! (11.6% en términos reales). Tan preocupante es este aumento que organizaciones como Fedesarrollo y Banco de la República han llamado la atención sobre este comportamiento y desde diciembre del año anterior ya recomendaban mesura en la colocación de crédito (y aún había surgido el COVID -19 con sus secuelas sociales y económicas).


¿Qué hacer desde nuestra identidad cooperativa?

Las empresas del sector cooperativo, en concordancia con el modelo apoyado en valores y principios que llevan a una gestión democrática y participativa, en donde el norte de las decisiones es el mejoramiento de la calidad de vida de las personas asociadas y sus familias, ha desarrollada una gestión mesurada y profesional, amparada en la ética de los negocios.

No obstante este desempeño, conviene reflexionar sobre unas ideas centrales que, ante la influencia de las pregonadas por el paradigma del mercado y que llevan a veces a competir en un campo que no es el propio, es necesaria afirmarlas. Sin agotar el tema y buscando hacerlas concretas y prioritarias, se propone:

  • Recomendar a los asociados y sus familias, a los directivos y empleados, ser buenos ciudadanos: acatar las normas e instrucciones para aminorar el efecto multiplicador de los males sanitarios. No esperar que otros empiecen en ese acatamiento. Empecemos a poner en práctica un liderazgo personal y colectivo a nivel de nuestras familias, de nuestras cooperativas y de nuestra comunidad. Es la máxima expresión de uno de nuestros valores: la solidaridad, anteponiendo el bien común al interés personal.
  • Las cooperativas son ante todo comunidad de asociados. No son entes aislados como si fueran instrumentos externos. No. Las cooperativas son los asociados y por lo tanto, es absolutamente necesario la participación activa de todos los asociados en su papel de dueños y gestores y no quedarse solamente en su rol de usuarios. Este comportamiento debe fomentarse y apoyarse con una educación financiera cooperativa, no instrumental para el uso de los servicios, sino innovadora y orientada a mejorar las capacidades y potencialidades de los asociados en comunidad, de manera colectiva, para dar respuesta eficaz a las necesidades de los asociados, sus familias y comunidad.
  • Repensar el portafolio de servicios paradar soluciones eficientes pero sobre todo eficaces, buscando crear bienestar colectivo. La gestión de las cooperativas tiene modelo propio y, si bien pueden adoptar buenas prácticas de la gestión de otro tipo de entidades, no puede perder su identidad orientada a las personas de manera integral. Esto es, desarrollar una gestión ética que respete al ser humano y la sostenibilidad de “nuestra casa común”.
  • Dado que el servicio de crédito es uno de los más utilizados por los asociados, se impone una reflexión profunda y sabia sobre su orientación desde el mismo momento del diseño de las modalidades que inicia con el propósito para el cual son creadas. Como se ha desarrollado, no se trata de “endeudar por endeudar” sino definir el crédito como solución con un enfoque de finanzas éticas. De manera concreta y a la luz del panorama para este año, es necesario replantear las tasas de crecimiento de la cartera que se han tenido en los últimos años, para evitar el deterioro de la misma con las consecuentes pérdidas para los asociados y la entidad.
  • Ante las perspectivas sociales y económicas, es necesario replantear los escenarios de proyecciones y aplicar “pruebas de estrés” ante posibles desempeños de impagos y prever las alternativas de solución dentro de un concepto puro de solidaridad sin llegar a generar culturas de “no pago” lo cual mina la confianza en este tipo de entidades. Debemos estar atentos y prudentes para saber administrar y utilizar los recursos que para “impulsar” la economía pueden tomar las autoridades monetarias, como bajar las tasas de interés y darle liquidez al sistema productivo.
  • En la coyuntura de la realización de las asambleas de asociados, es necesario proyectar y someter a aprobación una distribución de excedentes con análisis juicioso para determinar el fortalecimiento de los conceptos o rubros que conduzcan a garantizar la sostenibilidad y fortalecimiento de la entidad, vía reservas, para responder posibles contingencias (por ejemplo, un deterioro extraordinario de la cartera o de las inversiones). También se deberá contemplar apropiaciones para la actualización e innovación tecnológica para prestar servicios a los asociados y facilitarles el acceso moderno a los servicios, sin perder el componente de comunidad.
  • Finalmente, es necesario insistir en la capacitación y mejoramiento de competencias de asociados, directivos y empleados en temas que conduzcan a gestionar adecuadamente el mapa de riesgos empresariales para poder administrar de manera eficaz en un ambiente VUCA, con el fin de anticipar los riesgos y sacar el máximo beneficio de ello, lo que se denomina como la “ventaja de la incertidumbre”, pero también para garantizar la supervivencia de las cooperativas.

El futuro de nuestros hijos, de nuestro país, está en manos de nosotros, de las decisiones que tomemos HOY. La palabra “crisis” viene del griego krinein que significa decidir, distinguir, escoger. Es también la raíz de crítica y criterio. Por tanto, en su sentido original “una crisis es una oportunidad de curación”[3]. En conclusión, esta situación sanitaria, social y económica es la oportunidad para contribuir a su solución desde el modelo de empresa cooperativo y aportar la experiencia y aprendizajes para contribuir a la construcción de una sociedad democrática, equitativa y sostenible para todos, los de hoy y los de mañana.


[1] Citado en La República, artículo de Aldo Cívico, Coronavirus y liderazgo, 14-15 de marzo de 2020.

[2] Córdoba G., Rosario, Por qué importa la movilidad social, publicado en Portafolio, marzo 16 de 2020.

[3] Pigem Jordi, Buena crisis. Editorial Kairos, Barcelona España, 2010.

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